martes, 3 de mayo de 2011

BOCETO DE MI BARRIO

El bamboleo de los mecedores se escucha fuerte al son de la música de antaño, mientras, una puesta de sol se pronuncia ante algunas personas de cabezas blancas, que acompañadas de los recuerdos comparten con gusto el fruto de los árboles que crecieron  en el barrio y fueron testigos de su niñez en Los Andes.
-Me deja en el parque Los Andes. Es lo que comúnmente se escucha de los pasajeros de buses que descienden por la carrera veintísiete desde hace más de cincuenta años,  identificándolo a su vez como un punto de referencia para no perderse. Sin embargo, éste epicentro de jugadas de ajedrez, Bolitas de uñitas y paseada de perros, no es un simple lugar para compartir y hacer estas actividades; para muchos, va más allá de posarse a comer un helado o demás.
Pancho Villa es uno de los personajes que guarda el parque y el barrio. Calvo, panzón, miope y tabaco a la boca, no son las cualidades físicas que se le asemejan al líder revolucionario de México, pese a eso, su modo de revolucionar es a través de su pasión por el parque Los Andes, inspirando así,  a los niños del barrio a cuidarlo o a vivir con chiquilladas e inocencia esos momentos que no regresaran y que siempre estarán en el pasto del parque.
El tiempo transcurre y Pancho Villa hace una pausa a su lucha, invita una roda de tinto y se une con gusto a los viejos que juegan ajedrez, en medio de esto un jaque mate se detiene y el cantar de los vecinos es la razón. “Mira lo que se avecina a la vuela de la esquina viene Diego rumbeando”, en este caso no es Diego con su asereje quien se aproxima, sino aquel trencito en forma de gusano que sale del parque todos los fines de semana, para así darle la vuelta a quienes sin resistirse al aroma de la carrera veinticuatro entre las calles cincuenta y ocho y sesta y una, frenan su paseo para deleitar su paladar con los diversos platos que ofrece la ruta gastronómica.
Tomate, pimentón, queso y champiñones son características irresistibles para un triángulo de pizza en La Parmesana; más allá de ser una figura geométrica, esta delicia para este lugar es la clave perfecta para atraer a sus comensales y hacer que sus paladares no se resistan a tan inevitable tentación. La plaza no da abasto y mientras los héroes con bandejas o los meseros sacian el hambre de las personas, sus rostros con el pasar del tiempo anuncia que un día más pasa y que la quietud se apodera del lugar formándola desierto. Sin embargo, al amanecer la papa, la yuca, el plátano entre otras delicias poco a poco avisan que hay sancocho, y es cuando comensales de otro tipo se hacen presente ante este alimento, del cual no  pretenden solamente llenarse, sino encontrar tranquilidad en la responsable de esa comida de paz.
Lentes fondo de botella,  rulos rosados, baldes de colores y chicha de dos sabores describe un poco el peculiar aspecto de Doña Consuelo “La Cartagenera”, como suelen llamarle a la protagonista del restaurante ambulante y a quien todos los días con placer y una sonrisa pícara, atiende el hambre y el cansancio de los moradores del CARI. Personas como la madre de Daniela, una pequeña que lleva tres días interna a causa de su corazón, pues este sobrevive con una válvula para regular la sangre y con el tiempo a veces se le tapa, o la esposa de Miguel Ángel Fernández que un día antes se cayó de un árbol que cortaba y se partió su pierna derecha y en los casos más extremos el residente que lleva más de treinta y seis horas luchando para que todos salgan sanos y salvos
Todos ellos angustiados, inquietos y cansados se regocijan en los chistes de Doña Consuelo, se calman en cada cucharada del sancochito con  arroz o descansan ante el sobito de espalda que garantiza un tiempo más para seguir laborando. Estos y muchos más son los detalles que encierra o conjuga la descripción del hospital o la del mismo barrio; en donde todo puede ser posible en éste pequeño mundo que va más allá del andar en risas, paseos, placeres y emociones en Los Andes.

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