“A la rueda rueda de pan y canela…” es el último juego que escuché en la cuadra a inicios del dos mil. Fuerte y firme es un tiempo de cambio que llegó para quedarse, echando a un lado esa era de juegos de mesa, de rondas cantadas y palmas risueñas.
El exceso del clik-clik de los botones de un Play Station y la vista excitada de un pequeño como Fernando o Nandito, como le dice su mamá, me indica que ese mundo artificial puede ofrecer lo que antes un juego común y corriente aparentemente no nos ofrecía. Si me caigo no me raspo, no necesito comer pues esto me alimenta, si me hablan mal me resbala, pues es un video juego y si me enojo puedo matar, pues no es una persona. Suena alarmante, pero es una realidad. Los niños ven con facilidad un mundo en donde no es necesario forzarse para vivir y más aún, en donde el dolor y otros factores aparentemente no los afectan y pueden seguir adelante sin importar quien sea.
Pese a estas razones, las manifestaciones de una mala calificación, el responder con agresión, entre otras cosas muestra que la inocencia de aprender a ser valientes ante una sacada de lengua o el respeto de darle un beso en la mejilla jugando al pájaro pinto quizá se esfumaron o simplemente le dieron shift+suprimir para así hacerse invencibles ante unos padres que aún se siguen cuestionando porqué sus hijos se portan así.
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